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DEPORTES

3 de junio de 2025

Los motivos detrás del ataque de furia del número 1 del ajedrez y el antecedente de Bobby Fischer con el argentino Miguel Najdorf

Al advertir el error que le costó la derrota, Magnus Carlsen, reaccionó golpeando con sus puños contra la mesa. La importancia de la inteligencia emocional en un deporte silencioso

La sexta jornada de la 13ª edición del súper torneo Norway Chess, que se lleva a cabo en Stavanger, con la participación de seis estrellas de esta actividad, entre ellas el N°1 del mundo, el noruego Magnus Carlsen y el campeón mundial, el indio Dommaraju Gukesh se vio alterada por una situación poco habitual entre profesionales del ajedrez. Es que después de casi cinco horas de juego, de una apertura en la que el noruego condujo las piezas negras y fue claro dominador de la partida, de pronto descubrió que tras un grosero error de cálculo había desperdiciado toda posibilidad de victoria y que su rival quedaba a un paso del triunfo. En ese momento perdió el control emocional, Sin tiempo de arrepentimiento o pedido de disculpas, el mejor ajedrecista del mundo y uno de los mejores del historial de este juego, Carlsen, de 34 años, inmediatamente extendió su mano en señal de abandono y recién allí, en dos ocasiones le pidió disculpas a su rival por el accionar. El campeón mundial, el indio Gukesh, de 19 años, aún conmocionado por lo sucedido no tuvo reacción. Se trataba de su primera victoria ante el mejor ajedrecista del ranking de los últimos 15 años, y con quien había sufrido una derrota la semana anterior en la primera vuelta del certamen previsto por sistema round robin (todos contra todas a doble vuelta).

“Hoy tuve suerte”, fue lo primero que dijo el indio Gukesh ante la prensa. Y aclaró: “Es que la victoria no fue como yo quería, pero la acepto igual”.

Por cierto, esta no fue la primera y, acaso, la última vez que algo así suceda, pero entre los profesionales no es una práctica habitual. Un caso similar sucedió hace 65 años, y tuvo por protagonistas a un argentino, el gran maestro Miguel Najdorf (de origen polaco) y una de las megaestrellas de esta actividad, el norteamericano Robert Fischer. Bobby contaba con 17 años y participaba por primera vez en una olimpíada de ajedrez; la competencia se llevó a cabo en 1960 en Leipzig (Alemania). En la segunda etapa de clasificación, el fixture marcó el enfrentamiento entre dos de las grandes potencias del ajedrez mundial por aquellos tiempos: Estados Unidos y la Argentina. Los defensores de los primeros tableros (cada equipo estaba conformado con 4 jugadores) fueron Fischer (con blancas) y Najdorf. La partida fue favorable al más joven que incluso sacrificó dos piezas (alfil y caballo) a cambio de 4 peones. Después de cinco horas de juego, la partida fue suspendida para el día siguiente. Fischer tenía torre, caballo y cuatro peones contra dos torres y un peón para Najdorf.

Aparentemente, él quedó con una posición superior. Recuerdo que esa noche fui al cine con mi esposa. Pero vi la película solo pensando en la posición aplazada en mi mente. Y a cada rato me preguntaba. ¿Realmente estoy tan perdido?

Me fui a dormir, pero la ansiedad me despertó a las 4 am. Puse la posición sobre un tablero y probé y probé diferentes variantes, una y otra vez. ¿Era posible? No quería convencerme porque siempre llegaba a tablas. Así que a la hora de la reanudación me presenté con la tranquilidad de que no me iba a vencer. Después de varias jugadas, el rostro de Fischer se fue transformando y advertí que él había descubierto que no podría ganarme. La partida iba a ser tablas (empate). No sé qué le pasó en ese momento, pero de pronto con su brazo derecho tiró todas las piezas del tablero. Se levantó y se fue sin saludar. El resultado de la partida había sido tablas, pero ahora la organización me sugirió que podía pedir el punto por el mal comportamiento de mi rival. En verdad estuve cerca de aceptarlo, porque si yo ganaba esa partida el match contra Estados Unidos terminaría empatado, 2 a 2. Pero creí que lo justo era no reclamar nada y entender que había sido el equivocado accionar de un chico enojado. Perdimos ese match 2,5 a 1,5, pero luego Fischer vino a disculparse ante mí y el resto de los integrantes del equipo argentino. A partir de ese día, Bobby y yo fuimos grandes amigos >Pero, ¿será posible el control de las emociones en la práctica de un deporte de alto rendimiento? El ajedrez, a diferencia de otras actividades, es un juego silencioso, en el que sus deportistas no tienen la posibilidad de descargar la tensión mediante un grito o golpe.

Varios investigadores creen que el ajedrez es, sin duda, una excelente herramienta para educar y mejorar la inteligencia emocional de quienes lo practican. En el ajedrez es muy importante comprender la estrategia del oponente e interpretar sus emociones para anticiparse a sus iniciativas y acciones.

El español Daniel Muñoz, escritor y coach de ajedrez, le contó a Infobae: “La inteligencia emocional es la forma inteligente de controlar la interacción anterior. Es la capacidad de utilizar la razón para gestionar adecuadamente las emociones. Una emoción no desaparece simplemente queriéndolo. Si estamos enfadados y nos tratamos de convencer mediante la voluntad, esta emoción no va a desaparecer salvo que la sustituyamos ‘racionalmente’ por otra emoción, es decir, yo no puedo dejar de estar triste porque quiera, dejo de estar triste porque racionalmente he comprendido las ventajas de dejar de estarlo y, entonces, aparece una nueva emoción que sustituye a la anterior, que me lleva a dejar de estar triste. Si le damos tiempo, siempre acaba siendo más poderosa la razón que la emoción, pero necesita tiempo, la razón es muy lenta”

En una partida de ajedrez se toman aproximadamente entre 40 y 60 decisiones. Estas decisiones se desarrollan en contextos diferentes, fundamentalmente por el factor tiempo. En alguna ocasión me han preguntado qué es lo que aporta el ajedrez, y mi respuesta siempre ha sido la misma: aporta muchas cosas, mejora diversas competencias, pero sobre todo nos enseña a controlar nuestra impulsividad y a gestionar adecuadamente nuestras “emociones automáticas”. No puede existir un buen jugador de ajedrez que no haya desarrollado, o no disponga de la capacidad de controlarse emocionalmente. Lo que “nos pide el cuerpo” no siempre es una buena solución.

Desde hace algunos años el ajedrez lleva ganado algunos espacios en las escuelas. Muchos investigadores coinciden que entre varios de los beneficios que aporta el ajedrez en la formación de los más jóvenes no sólo se destacan las habilidades intelectuales, sino las relacionadas con la inteligencia emocional.

En 2016, el Dr. Cernuda Lago, psicólogo de la Universidad Rey Juan Carlos señaló que participar de una partida de ajedrez requiere de un alto grado de control emocional, como la euforia, la tristeza, la irritabilidad, inquietud, y otras destrezas. El jugador no puede llevarse por la ira o frustración. La práctica del juego ayuda a controlar los sentimientos de frustración ante la derrota y convertirlos en motivación.

Nadie duda de la capacidad ajedrecística del noruego Magnus Carlsen, incluso su constante dominio en esta actividad lo impulsó al renunciamiento del título mundial. “Ya no estoy motivado para seguir defendiendo la corona”, le dijo a la FIDE en 2021 cuando decidió dejar la corona vacante. Él sabe que no existe ningún ajedrecista mejor. Y también lo sabe el resto, incluso el flamante campeón mundial. Tal vez, por eso, la impensada derrota más por fallos propios que por méritos de su rival, lo descolocó. Por unos instantes perdió la razón y la partida. Aprender de las derrotas es otro de los grandes capítulos del mundo del ajedrez. Y Carlsen, seguramente, descubrirá a gestionarlo.

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